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miércoles, 20 de abril de 2011

Simón de Cirene

Miércoles 20 de Abril de 2011


Al salir encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Llegaron a un lugar llamado Gólgota (que significa «Lugar de la Calavera»). Allí le dieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, se negó a beberlo. Lo crucificaron y repartieron su ropa echando suertes. Y se sentaron a vigilarlo. Encima de su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: «Éste es Jesús, el Rey de los judíos.» Mateo 27: 32-37 (NVI)


Mientras la multitud enfrentaba a Jesús, enfrentaban a un hombre que ya estaba completamente desgastado. Luego de sus horas de agonía en Getsemaní, había ido de un juicio agotador tras otro. No había tomado ni pizca de agua o probado bocado luego de aquella cena con sus discípulos la noche anterior.


Contrario a lo que muestran muchas películas y esculturas, Jesús no cargó la cruz completa hasta el lugar de la crucifixión. Los postes estaban ya en el lugar. Siempre estaban allí – por si acaso! Los dos criminales que serían crucificados junto a él fueron traídos de sus calabozos. Una legión de soldados armadas con lanzas formaron una especie de caja alrededor de ellos, de forma que no pudieran escapar. Cuando todo estuvo listo, el centurion a caballo, gritó “adelante”, y la solemne procesión se dirigió hacia el monte de la calavera – el Calvario.


Había una empinada cuesta hacia la Puerta de Damasco, y Jesús ya no pudo más cargar su cruz, y cayó al suelo. Le patearon, pero no pudo levantarse. Su humanidad ya estaba exhausta. El centurión entonces enfrentó un dilema. No podía pedirle a ninguno de sus soldados que cargara la cruz. Tampoco podía él pedirle a un judío que lo hiciera, ya que si un judío la tocaba, sería deshonrado y no podría participar de la Pascua. Entonces, Simón, de Cirene, una gran ciudad ubicada en lo que hoy es Libia en Africa del Norte pasaba por ahí. Cuando el centurión le vio, y sabía que no era de Jerusalén, gritó una orden para que los legionarios le agarraran y le forzaran a cargar la cruz por el resto del camino. No había duda de que Simón era un judío converso puesto que había un gran número de judíos en Cirene. Había venido, junto a miles de otros desde todos los puntos cardinales, a Jerusalén para celebrar la Pascua.


Alguien ha dicho que el honor más grande que se haya concedido a un ser humano fue aquel concedido a María de concebir y dar a luz a Jesucristo. Quizás entonces el segundo más grande honor concedido a un ser humano fue el otorgado a Simón de cargar la Cruz de Jesús en su lugar. El vió el letrero que decía “Este es Jesús, Rey de los Judíos.” Ya fuera que cargara la cruz de forma voluntaria o en protesta – la historia no nos dice. Yendo un poco en retrospectiva, desearía que Pedro o Juan hubiesen salido a ayudar. Pero, una vez más, me pregunto, ¿que habría hecho yo si hubiera estado ahí? ¿Qué hubiera hecho usted?


Oración: Jesús, Me alegra que Simón estuviera ahí para ti, cuando tus seguidores no lo estaban.


Preguntas:
1. ¿En dónde se hubiera encontrado usted en la escena aquel día?
2. ¿A quién conoce usted que carga una cruz – y quién necesita ayuda?